El dolor por la pérdida de un ser querido inunda de tristeza y aflicción el hogar. Los niños lo experimentan también a su manera, perciben la pena y se dan cuenta de que falta alguien importante. Con frecuencia, los adultos no saben qué decir y alejan al niño de cualquier escenario de dolor, para evitar que sufra.
Es en ese momento cuando empieza a activarse la fantasía infantil y se hacen muchas preguntas para las que, en general, no reciben respuesta: ¿Por qué lloran papá y mamá? ¿Cuándo volverá el abuelito? Yo no quiero irme al cielo, pero ¿qué puedo hacer para ver al abuelito? Para ir al cielo ¿hay que morirse o ponerse malo? ¿Hace daño morirse? Este escenario infantil nos invita a ponernos a su altura para ayudarles a asimilar la pérdida. Las preguntas de los niños son espontáneas, auténticas, sinceras; su curiosidad no tiene límites; y si el adulto le responde de manera ilógica e irreal, se sentirán confundidos, se bloqueará su curiosidad y sacarán conclusiones erróneas. El resultado es desconcierto y sorpresa en unas ocasiones, e inseguridad y desconfianza en otras.
El libro analiza las etapas por las que pasa el niño, pero fundamentalmente trata de ayudar a los adultos a contestar a esas preguntas «sin respuesta» que se hacen los niños, y también a las preguntas «sin respuesta» que se hacen los padres ante el dolor de los niños.