La agresividad se ha convertido en un nuevo tabú, como sucedía antes con la sexualidad: o no se afronta, o se afronta con prejuicios morales. Es además un tabú peligroso, porque pone en juego la salud emocional de los niños, su autoestima y su confianza.
En nuestra sociedad existe la tendencia a rechazar la expresión de cualquier emoción intensa que no sea «la felicidad». La misma idea motiva a los padres a alejarse de su condición humana y convertirse en meros actores para mantener su imagen de personas buenas y triunfadoras, ocultando incluso su propia agresividad.