Es sorprendente la escasez de datos de los que realmente disponemos sobre el Cosmos. Así, siempre nos ha intrigado la idea de los “agujeros negros”. ¿En qué consisten? ¿Por qué se denominan “negros”? ¿Se podría quedar algún elemento atrapado y entrar en una situación de “no retorno”? La misma sensación la hemos experimentado cuando nos relacionamos con las personas a través del asesoramiento psicológico.
Tras años de contacto directo con “el alma que sufre”, no nos dejamos de sorprender con las miserias y grandezas de las personas y permanentemente se intuyen y vislumbran zonas o “agujeros negros” a los que resulta difícil acceder. Igualmente, nos interpela la pobreza de conocimientos para explicar esos procesos cognitivos. No en vano, durante siglos todo lo relacionado con la salud mental ha estado rodeado de un halo enigmático.
Incluso hoy en día es campo abonado para todo tipo de supuestos videntes o gurús que se presentan como solución para cualquier problema que tenga que ver con lo que popularmente se describe como “estar mal de los nervios”. Ambas experiencias explican el porqué del título del libro.
Frente a un contexto social que a veces presenta un horizonte que tiende a crear “zonas de no retorno” similares a las de los “agujeros negros”, la obra quiere animar a afrontar la vida con esperanza. De ahí que se planteen pistas e instrumentos -cuestionarios, escalas o ejercicios-, que posibiliten alternativas y ayuden a “aclarar” e “iluminar” las zonas oscuras. No hay tarea más ardua, pero más gratificante, que responsabilizarse de la existencia y convertirse en el protagonista principal de la propia vida.