El mayor misterio que ha aparecido sobre la faz
de la tierra es Jesús de Nazaret. Mina de infi nitos
tesoros en la que por más que ahondemos jamás le
hallaremos fi n. El presente escrito intenta mostrar
algunos de esos fi lones, deseando facilitar el acceso
a la sublimidad del conocimiento del Señor Jesús
(Flp 3, 8).
Como fi gura histórica, resulta preciso destacar el
sentido permanente de esa dimensión. Pero Cristo
resucitó, y por eso no se queda circunscrito al ayer:
nos encontramos con Él hoy, en un descubrimiento
personal amoroso. Además, sus palabras y sus acciones
constituyen parte esencial de su Persona, y por
eso las guardamos en nuestro corazón (Lc 2, 19). E
igualmente valen las representaciones artísticas, así
como las argumentaciones de los teólogos que buscan
clarifi car conceptos.
El discurso es inagotable y siempre insufi ciente. Pero
también siempre nuevo y siempre apasionante.