EN LOS CAMINOS DE DIOS

Para el pecado de Tomás había un remedio: inclinar la cabeza, reconocer el error y pedir perdón diciendo: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20, 28).
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Para el pecado de Tomás había un remedio: inclinar la cabeza, reconocer el error y pedir perdón diciendo: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20, 28). Esta frase conmovedora está tan profundamente grabada en la mentalidad cristiana que en casi todas las iglesias del mundo, en el momento en que se eleva la hostia consagrada, todos la repiten. Porque llevamos dentro de nosotros esa misma desconfianza de Tomás, que a veces envenena nuestra vida familiar y comunitaria, y otras se resiste a ver al Señor en un pedacito de pan. Por eso, andar en los caminos de Dios es andar en constante apertura a la conversión, sin rigideces interiores, sin estancarnos en el propio barro. Antes bien, sabiéndonos amorosamente perdonados por Aquel que dijera a la mujer adúltera: "Vete en paz... y no peques más."