La cristología joánica tiene una riqueza especial, como se deduce de la multiplicidad de títulos aplicados a Jesús. Se podría decir que San Juan ha concentrado en Cristo todas las figuras veterotestamentarias que tienen alguna relación con la salvación. Así Jesús es llamado Cordero de Dios, Mesías o Cristo, Profeta como Moisés, Hijo del hombre, Hijo de Dios, Logos, etc. Pero, además, el mismo Jesús se revela a sí mismo mediante la fórmula «yo soy». Todos esos títulos y autodefiniciones nos presentan a Jesús como el Hijo de Dios, enviado por el Padre al mundo para salvar a los hombres mediante su revelación. En la importancia de este hecho se fija la Declaración Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando recuerda, que «la revelación de Cristo continuará siendo en la historia la verdadera estrella que orienta a la humanidad entera». En el Santuario de la Santa Faz de Manopello (1-IX-2006), el papa Benedicto XVI dijo que «buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristiano». También considera que el reto de la evangelización de la cultura es hacer visible a Dios en el rostro humano de Jesús, presente de forma singular en el IV Evangelio.