JUAN PABLO II Y LA DEMOCRACIA
Al recordarnos que un sistema democrático no lo es realmente sino en la medida en que se construye sobre el valor inalienable de la persona humana, Juan Pablo II sitúa la democracia sobre su dimensión antropológica y moral que le es fundamental.
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Al recordarnos que un sistema democrático no lo es realmente sino en la medida en que se construye sobre el valor inalienable de la persona humana, Juan Pablo II sitúa la democracia sobre su dimensión antropológica y moral que le es fundamental. Para el sucesor de Pedro, el logro de la democracia a nivel político es inseparable de la búsqueda de la justicia social. Él se esfuerza en distinguir y separar la victoria, totalmente plausible, de la democracia sobre los sistemas totalitarios, de las concepciones liberales y utilitaristas, las cuales pretenden ser los intérpretes legítimos de dicho triunfo.
En la concepción que nos ofrece de la democracia, fuertemente marcada por la impronta antropológica, característica de todo su magisterio social, el vínculo que establece entre verdad y libertad juega un papel preponderante, cuya elucidación representa para nosotros un gran desafío, porque en la base de esta afirmación se halla una problemática densa: la relación de la conciencia, autónoma y secular, con la verdad objetiva.
El magisterio social de Juan Pablo II es vital para constatar lo primordial que es para la Iglesia estar cerca de las necesidades y aspiraciones de la humanidad, caminando con los hombres hacia su destino final, al mismo tiempo que nos permite ver cuán lejos se encuentra ésta todavía de aceptar el principio de autonomía, para saber hacer camino desde una verdadera actitud de compartir, donde ella propone las certezas que rescata de su depósito de la fe, dejándose iluminar, al mismo tiempo, por las verdades presentes en el mundo, que la pueden ayudar a purificar sus propias sombras.