Para Jesucristo, el Hijo de Dios y el hijo del hombre, las realidades humanas en las que nació y creció le sirvieron en su aprendizaje humano, por eso se dice de él que "crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría" (Lc 2,40). Sin embargo, él contó con una fuente de conocimiento, a la que el hombre natural no tiene acceso por sus propios medios: su mismo Padre, que me ha enviado, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar" (Jn 12,49).