Confesarse creyente –y serlo de corazón– supone hoy en día todo un reto. Sin embargo, admitir la personal condición de agnóstico, y vivir como tal, supone un desafío no menos importante. Cierto es que la ciencia y la técnica han revolucionado nuestra época en todos los aspectos de la vida humana, desde el nacimiento hasta el final de nuestros días, pero igualmente reconocible es que los interrogantes sobre la existencia no han perdido ni un ápice de fuerza para hacer tambalear los débiles soportes de nuestras convicciones humanas.
El presente libro es una buena muestra de la fuerza atemporal de la filosofía y la antropología cristianas para encontrar un sentido a cuanto nos rodea y a lo que somos. Al margen de ideologías y modas a las que, una vez tras otra, el tiempo se encarga de buscar un lugar en el flujo incesante de la historia, la figura y la doctrina de Jesús de Nazaret reclaman a cada hombre y a cada mujer el esfuerzo personal de redescubrirlo, con ojos de novedad, como si fueran la única persona para la que Él quiso encarnarse.