Es un hecho que cada vez hay menos jóvenes que se sienten atraídos por la vida consagrada. ¿No será -se pregunta el autor- que nuestro estilo de vida ha envejecido? Es necesario refundar la formación para la vida consagrada, con los ojos puestos en la misión, pero sin olvidar la necesidad de la interiorización, la pertenencia y la virtud.
Hay que plantear la formación a la vida consagrada desde la escucha y la acogida a los jóvenes, proponiéndoles verdaderos procesos de vertebración personal, para que, abiertos y comprometidos con la realidad en la misión, sean a la vez resistentes y modulen un corazón fuerte para amar con intensidad y vivir un estilo de vida solidario y arriesgado.