El desarrollo personal requiere, ante todo, determinar cuál es el centro desde el que organizamos nuestro comportamiento; luego, clarificar la jerarquía de los valores existenciales; y, finalmente, organizar las actividades cotidianas en función de su importancia vital, no según imposiciones ajenas.
Se trata de tomar el control de la propia vida a partir de una actitud interna de genuina integridad, sin limitarse a buscar «fórmulas mágicas» externas. El resultado: un incremento de la propia autoestima, una mejora en las relaciones interpersonales y una nueva sensación de control del propio tiempo.