“Yo siempre creí que los protagonistas y responsables de mi salvación éramos yo y mi comportamiento –dice Chus Villarroel-. Tenía la impresión de que cada uno era el autor de su propia salvación y de que a ésta sólo se podía llegar con el esfuerzo personal.
En la pastoral de la contrarreforma siempre primó el hecho de acumular méritos para alcanzar la perfección y, por ende, la salvación.
La lucha contra el pecado, por una parte, y la adquisición de virtudes, mediante la pureza, las buenas obras, los valores cristianos, y los sacrificios, por otra, servían de contraseña indispensable para acceder tanto a la salvación como a la perfección. Según este programa, a la salvación se podía llegar con ciertas rebajas pero la perfección sólo era para unos pocos”.