El título hace referencia a una respuesta que, al parecer, dio Chesterton cuando le preguntaron a qué santos tenía más devoción; él aclaró: aquellos que todos los lunes se levantan temprano para coger el tren e ir al trabajo, vuelven a su casa todas las tardes tras haberse ganado el sustento de su familia y hacen lo mismo el resto de los días de la semana.
«No lo olvidemos nunca. No son nuestros talentos, nuestros méritos los que están en el centro, sino el amor incondicional y gratuito de Dios. En el origen de nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que podamos dar. Mientras que el mundo quiere convencernos de que solo valemos si producimos resultados, el Evangelio nos recuerda la verdad de la vida: Él nos amó primero, Él nos esperó, nos ama y sigue amándonos. Esta es nuestra identidad: somos amados por Dios. Esta es nuestra fuerza: somos amados por Dios.
»Esta verdad nos pide una conversión en relación con la idea que a menudo tenemos sobre la santidad. A veces, insistiendo demasiado en nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de sacrificarse para conquistar un premio. De ese modo hemos hecho de la santidad una meta inalcanzable, la hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta y, como decía Teresa de Ávila a sus hermanas, “entre los pucheros de la cocina”» (Papa Francisco).